¿Para qué nos sirve sentirnos tristes, con miedo, desolados o avergonzados? Parecería que la vida nos pone lo incómodo para que apreciemos lo cómodo, y podríamos pensar que para eso están las emociones desagradables, esas que, de forma natural, tratamos de evitar, como cualquier otra persona; esas que probablemente no nos enseñaron en casa a manejar ni a comunicar de forma asertiva pues, por desgracia, nuestra cultura aprecia el estoicismo. Sin embargo, las emociones tienen un para qué, tanto en forma general, como cada una de ellas.
Empecemos por definir lo que es una emoción. Resulta que muchos filósofos, científicos, psicólogos y psicoterapeutas han tratado de definirlas sin llegar a un consenso, por lo que hay cientos de definiciones y formas de conceptualizar lo que son; en lo que sí coincide la mayoría es en que es una experiencia compleja y multidimensional que involucra, tanto la parte corporal, como la mental y, además, despierta ciertos deseos de acción. Podemos decir que las emociones interfieren en ciertos aspectos que organizan la mente y el cuerpo de forma específica.
Desde la teoría de Paul Gilbert estos aspectos son: la fisiología, es decir las sensaciones en el cuerpo al experimentar una emoción, como cuando el pulso se altera, los músculos se tensan, etc.; la tendencia de acción, que se refiere a esta reacción de querer huir, pelear o congelarnos y que son impulsivas; la atención, algunas emociones provocan que nuestra atención se centre en algo y otras, las cómodas, por lo general nos expanden la atención; motivación, lo cual se refiere a que nos guían hacia lo que consideramos valioso con una conducta menos impulsiva y más consciente; pensamientos e imaginación, se ha comprobado que la experiencia emocional incluye los pensamientos, algunos estudiosos opinan que los pensamientos provocan la emoción, mientras otros consideran que la emoción se experimenta primero y desencadenan pensamientos, sin ahondar en esta polémica, es un hecho que la experiencia emocional involucra imágenes y pensamientos; la expresión lo cual se refiere a la manifestación, ya sea verbal o no verbal, de la experiencia emocional; y los sentimientos que se refiere a esa experiencia que cada quien tiene al momento de vivir la emoción, y que se compone de la intensidad, la duración y qué tan placentera o no placentera es la experiencia.
Es importante aclarar que estos componentes de la experiencia emocional no son lineales, no tienen orden y pueden ser diferentes en cada ocasión que sentimos una emoción. También es importante destacar que la experiencia emocional no es lo mismo que el estado de ánimo, siendo que este último es más prolongado y depende, en menor medida, de los estímulos exteriores que pueden detonar la emoción en un momento dado.
Ahora pues hablemos primero de la función de las emociones en general. Las emociones han jugado un papel importante en la evolución del hombre como especie, solo imagina cómo podría haber sobrevivido la especie humana si no hubiera tenido un sistema que le alertara de algún peligro. Cada emoción nos sirve para algo y, al entender que son necesarias a pesar de que muchas de ellas son incómodas, nos podemos aventurar a tener un poco de coraje y valor para vivirlas y experimentarlas plenamente cuando son incómodas.
Las emociones nos han ayudado a evolucionar, esto es, nos han ayudado a tener ventajas adaptativas. Para la teoría evolutiva, la ventaja adaptativa permite que un animal pueda responder de forma más efectiva a su entorno y, por lo tanto, tener más probabilidad de sobrevivir, de reproducirse y de transmitir sus genes de forma exitosa.
Otra función que tienen de forma general las emociones es el movimiento hacia lo que consideramos importante, por lo tanto, nos ayudan a descubrir sentido, nos dan guía, nos ayudan a anclarnos a la vida. ¡Imagina la apatía con la que viviríamos si no tuviéramos emociones! También nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno, ya que nos dan información de lo que está pasando alrededor de nosotros y el impacto que nos provoca. Así, las emociones nos sirven para tender un puente entre nuestro medio ambiente y nuestras metas, teniendo también una función específica cada una de ellas.
Hablemos ahora de la función de algunas emociones, algunas de ellas consideradas como primarias pues de ellas se desprenden todas las demás.
Empecemos por la ansiedad o miedo. Su función es la protección. Cuando recibimos la señal de que hay peligro la energía que el miedo nos da nos sirve para tener una respuesta defensiva, ya sea movernos o correr. Si voy caminando por la calle y veo una persona sospechosa que camina hacia mí y siento miedo, esa experiencia emocional me permite identificar que puedo correr peligro y cambiarme de acera o desviarme hacia otro lado.
El enojo. Su función es poner límites. Nos enojamos cuando alguien traspasa nuestros límites, cuando sentimos que alguna persona nos amenaza o cuando alguna de nuestras metas se ve obstaculizada. La energía del enojo nos ayuda a poder ser asertivos, a defendernos, a levantar la voz o a retar aquello que nos amenaza. Es importante recalcar que el enojo es una de las emociones socialmente permitidas hoy en día y muchas veces es la manifestación de otras emociones escondidas por debajo. El enojo que nos sirve de forma adaptativa es el enojo más primario, el más profundo, el provocado por una injusticia, no el que se desprende de una tristeza mal manejada.
Aversión o asco. Esta es una emoción que comúnmente asociamos más con las sensaciones físicas, es una experiencia que nos indica que hay algo tóxico o dañino y nos sirve para identificar que nos tenemos que alejar de ahí. Podemos hablar de algo muy sencillo como cuando nos damos cuenta que hemos comido un pedazo de carne podrido, o hasta cuando sentimos repulsión por una persona por haber tenido una mala experiencia con ella, es decir una experiencia tóxica o dañina.
Tristeza. Nos habla de una pérdida, una desconexión o de una expectativa no cumplida. Cuando lo que perdimos se puede recuperar o nos sentimos desconectados, la tristeza nos invita a buscar esa reconexión o recuperar lo perdido. Cuando no es recuperable, esta emoción nos sirve para reinventarnos a nosotros mismos sin eso valioso que hemos perdido. El que nos sintamos con ganas de apartarnos de la gente cuando estamos tristes, es parte del proceso de trazar esa nueva idea de nosotros mismos de una forma diferente, sin aquello valioso que perdimos.
Alegría. También las emociones cómodas nos sirven para un fin. Cuando logramos algo que hemos perseguido, cuando tenemos algo valioso frente a nosotros, es momento de celebrar y la alegría nos da la energía para hacerlo. Nos mueve a tratar de conseguir eso que es importante en nuestras vidas.
Vergüenza. Esta es una emoción compleja pues nos envuelve como personas, nos lleva a identificarnos como fallados o como inadecuados sin diferenciar nuestras acciones. Es una emoción que puede ser perjudicial si se junta con la autocrítica; sin embargo, tiene la función de impulsarnos a tener conductas que nos hagan sentir que pertenecemos, conductas que nos garanticen que no somos rechazados. El pertenecer es una necesidad del ser humano y, aun cuando la experiencia de la vergüenza puede ser muy dolorosa, tiene un para qué.
Culpa. A diferencia de la vergüenza, esta se centra en una acción, no en nosotros como personas, y nos señala que hicimos algo que afectó a un tercero, nos ayuda a conectar con la empatía y nos da la energía para reparar el daño causado y prevenir que se repita en el futuro.
Tranquilidad. Nos ayuda a identificar que estamos en un espacio seguro, sin amenaza o peligro de cualquier tipo y, por lo tanto, el cuerpo se puede desacelerar para descansar.
Ahora que hemos explorado las funciones de las emociones primarias, puedes darte cuenta que existe una especie de sabiduría en cada una, podemos ver cómo dirigen nuestra energía a algo en particular y a darle prioridad a nuestras acciones. También podemos concluir que no hay emociones positivas o negativas, ya que todas las emociones tienen un lado positivo e, independientemente de lo incómodas que sean, su función es positiva en el largo plazo. Espero que esto te invite a darle espacio a todas las emociones cada vez más en tu vida y a que dejes de lado la resistencia que generalmente tenemos aunque su experiencia sea difícil. A final de cuentas, aún en lo incómodo de la emoción, podemos encontrarle un sentido y un para qué las estamos sintiendo.